domingo, 13 de noviembre de 2011

Círculos y fragmentos en La ciudad y los perros de Vargas Llosa

        
         El joven escritor peruano Mario Vargas Llosa creo un análisis complejo de la sociedad peruana de mediados del siglo XX en La ciudad y los perros, (1962), su opera prima como novelista.
El autor reconoce en el prólogo de su libro que los personajes retratados en la novela son tienen una parte de él.  Su relato realista sobre un hecho ficticio es muy vivido y al alternar las cronologías de los personajes y los puntos de vista de los mismos crea un retrato vivido y lleno de sensaciones de la historia que desarrolla en la novela.
Ese conocimiento de primera mano de los lugares, los procedimientos, los castigos y la disciplina militar de un colegio internado permiten que sus personajes aunque sigan arcos argumentales paralelos funcionen armónicamente en el conjunto. Aunque de una forma caótica a momentos conforme avanza el relato se puede encontrar la unidad y el propósito de cada relata personal o reminiscencia de los personajes para ir develando poco a poco la historia debajo de los hechos evidentes como el del asesinato del Esclavo.
Está muy lejos de ser evidente que Teresa no es un personaje secundario más, por circunstancias ajenas a ella el destino la relaciona en diferentes épocas con los tres principales protagonistas Arana. Alberto y el Jaguar.
El comportamiento de los tres personajes se refleja en su relación con Teresa, Arana y su cobardía lo paraliza de miedo ante sus compañeros de colegio y ante Teresa impidiendo profundizar su relación con ella, pese a ser su vecina y tenerla cerca.
Alberto por encargo del Esclavo Arana conoce a Teresa, se enamora de inmediato de ella y al no tener respeto por Arana, inicia una relación con ella, aunque cuando este muere siente remordimientos por traicionarlo y robarle a la chica a sus espaldas a la primera oportunidad.  Aunque la frialdad de la chica ante la muerte de Arana hace que Alberto se decepcione de ella, su persistencia en la conquista de Teresa es un símil con la perseverancia que busca justicia en la muerte de Arana.  Alberto aunque parece un observador es el motor que acciona las reacciones de los otros personajes. Su sentimiento de culpa e impotencia lo trascienden y lo sacuden tan profundamente que a riesgo personal va en contra del status quo del círculo y de la disciplina del colegio para pedir justicia por su amigo fallecido.  Pese a su sacrificio la corrupción institucional silencia el asunto, pero ese desaire  deja como resultado un hombre más centrado luego del paso del colegio militar.  La desventaja de ser un miraflorino en el colegio se vuelve una ventaja al retomar su vida de privilegios y seguir en su camino como hijo de familia de vida acomodada con un  futuro planeado y promisorio, algo común para la clase limeña a la que refleja el personaje.
El Jaguar y su áspero comportamiento son el resultado de una familia dividida y disfuncional, su temprano acercamiento con la delincuencia y su frialdad criminal son el resultado del desamparo y la violencia doméstica sufrido como infante.  En todo lado juega bajo sus propias reglas las de la supervivencia del más fuerte, leyes de la calle, donde solo el fuerte prevalece y donde la lealtad entre iguales es muy importante como su relación con el Flaco Higueras.  El ostracismo al que es sometido al ser considerada un soplón luego de la requisa de los armarios de los cadetes lo envían al mismo lugar donde mantenía al esclavo cuando vivía, a un estado inferior que un perro.  Su lealtad mal entendida lo lleva a la soledad y a la reflexión y es cuando entiende que Arana no era tan diferente al resto en el fondo.  Su reivindicación llega en el futuro al reencontrarse con Teresa su antiguo y único amor, quién pese al paso de los años nunca lo olvidó.  Además el profundo recuerdo del Jaguar le hizo perdonar su pasado delictivo y formar un matrimonio con él.
Aunque después de toda la violencia y la muerte relatada en el libro, el reflejo de la sociedad peruana clasista y su casta militar igualmente corrupta, se diluye en un final feliz lleno de expectativas futuras para los protagonistas.
El Jaguar y  Alberto alcanzan por distintas vías un estado de madurez, luego de sobrevivir a un mal sueño que puso en pausa sus vidas por tres años.
Pese a su crecimiento el colegio y la sociedad siguen su curso inmutables pero ya no los puede devorar pues han aprendido como sobrevivir en ambos lados de la moneda.
Así Vargas Llosa a través de un relato de círculos concéntricos y múltiples voces consolida un discurso de denuncia de las estructuras en crisis moral de su país y entrega un relato memorable por su narrativa vivida, casi cinematográfica.


Bibliografía
1962. Vargas Llosa, Mario. La ciudad y los perros. Madrid: Santillana, 2010.
s.f.. Vargas Llosa, Mario. Mario Vargas Llosa habla del Colegio Militar Leoncio Prado.  9 de noviembre 2011. <http://www.youtube.com/watch?v=aZNjw5A0CKA>.

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